A veces, el silencio grita más que el insulto. Grita cuando un niño entra a clase mirando al suelo, deseando volverse invisible. Grita cuando un grupo ríe mientras otro llora por dentro. Y grita, sobre todo, cuando otros lo ven… y miran hacia otro lado.
El bullying no empieza con un empujón. Empieza mucho antes, cuando se permite que la burla se vuelva costumbre, que el “diferente” a los ojos del grupo (por su aspecto físico, su forma de ser, su origen, su discapacidad, su orientación, cualquier excusa sirve al acosador) sea entretenimiento, que la crueldad se disfrace de broma. Empieza cuando educamos la mente y olvidamos el corazón.
El pasado 2 de mayo celebramos el Día Internacional contra el Bullying o el Acoso Escolar, una fecha que va más allá de gestos simbólicos y campañas vacías. Es una ocasión para hacernos una pregunta incómoda: ¿estamos educando niños excelentes… o solo mentes brillantes sin corazón?
El bullying, una realidad que mata
La ciencia lo dice claro. Un metaanálisis reciente que revisa la relación entre el bullying y el riesgo de suicidio en niños y adolescentes (Holt et al., 2023) muestra que los adolescentes acosados tienen hasta seis veces más probabilidades de intentar suicidarse que sus compañeros. Seis veces. ¿Qué haríamos si una enfermedad multiplicara por seis la posibilidad de perder a un hijo? Pues el bullying lo hace. Silenciosamente. Cotidianamente. En cada colegio. En cada curso.
Y no sólo mata por dentro. Mata de verdad. En Gran Bretaña, un estudio de cohorte con miles de personas reveló que quienes fueron acosados en la infancia tenían el doble de riesgo de suicidio consumado en la edad adulta. No es exageración. Es estadística.
Pero esta columna no va sobre cifras. Va sobre rostros. El del niño que ya no quiere ir al colegio. El del que se ríe para no llorar. El del padre que no entiende por qué su hija ha cambiado. El de la profesora que presiente algo, pero no sabe cómo actuar. Todos están en esta historia. Y todos, de algún modo, somos parte de ella.
Porque el bullying no es un problema de tres: el acosador, la víctima y el testigo. Es un síntoma colectivo. Del carácter que no educamos. De la empatía que no practicamos. De la valentía que no premiamos.
El acosador no siempre es un monstruo. A veces es simplemente un niño que nunca aprendió a gestionar su frustración, que encontró en la humillación una forma de sentirse poderoso. La víctima no es débil: es alguien que ha quedado solo ante la indiferencia del grupo y que carece de herramientas para afrontar la adversidad sin hundirse. Y el testigo, ese gran olvidado, es quien más puede cambiar las cosas… pero casi nunca lo hace ¿porque carece de coraje moral o de empatía para sentir la injusticia de un compañero como propia? ¿Por miedo? ¿Por presión? ¿O porque nadie le enseñó a intervenir?
La única forma real de prevenir el bullying
Educar el carácter es formar la conciencia que falta cuando el profesor no mira. Es cultivar la empatía, la compasión, el coraje de ponerse en pie cuando todos callan. Es educar la mirada hacia otro ser humano, cuando éste grita en silencio esperando encontrar comprensión y auxilio en otros ojos. Es enseñar que callar ante una injusticia también es ser agresor.
Y no, no basta con castigar al acosador, ni con proteger a la víctima. Hay que hacer algo mucho más difícil: formar personas buenas. No obedientes. No brillantes. Buenas. Y eso se hace todos los días. En casa. En clase. En el ejemplo. Y lo demás vendrá por añadidura.
¿Queremos prevenir el bullying? Entonces no enseñemos solo un currículum. Enseñemos a respetar. A incluir. A defender al débil. A no reír la broma cruel. A pedir perdón. A ser valiente. A amar sin complejos.
Y cuando un niño haga eso –cuando se acerque al compañero que todos ignoran, cuando diga “basta” frente al abusón, cuando alce la voz aunque tiemble– celebremos ese acto como si hubiera ganado una medalla olímpica. Porque en ese momento, habrá ganado mucho más: habrá salvado una vida.
No creo en los protocolos para erradicar el bullying. Pero sí en el carácter. Y el carácter no se hereda, se educa. O no se educa. Y entonces, pasa lo que ya está pasando: suicidios adolescentes, infancias rotas, generaciones enteras aprendiendo a sobrevivir… en vez de aprender a convivir.
Al recordar esta fecha, cada año, no pidamos a los niños que hablen. Escuchémoslos. Formémoslos. Y sobre todo, acompañémoslos.
Porque donde el carácter no se educa, el bullying campa a sus anchas.
Y ya ha lo ha hecho demasiado tiempo.
Mª Asunción Rey Ballesteros
Directora de Programas de Educación del Carácter en Fundación Parentes