La serie Adolescencia, que está arrasando en Netflix y es ahora una de las más vistas, no se ha convertido en éxito por su guión, sino por su verdad: un adolescente, una pantalla y un silencio brutal en casa. Un espejo incómodo que ha obligado a más de un padre o madre a detenerse y preguntarse: “¿Estoy realmente presente en la vida de mi hijo?”
¿Qué pasa cuando un padre deja de mirar a su hijo?
No hablamos de maltrato ni de abandono explícito. Hablamos de esa indiferencia involuntaria. Del adulto presente físicamente, pero afectivamente en paradero desconocido. Del momento en que el vínculo emocional se enfría, el puente se resquebraja y ya nadie pregunta: “¿Cómo estás de verdad?”. Según el Barómetro de UNICEF 2023-2024, eso ya le está ocurriendo al 41% de los adolescentes españoles que reconocen haber tenido un problema de salud mental en el último año.
La salud mental es la gran pandemia silenciosa. Y seguimos sin creérnosla. Creemos que con comida ecológica, un colegio exigente y una app de control parental se soluciona todo. Error. Porque cuando un chico se siente “feo”, no es solo culpa del algoritmo, sino también del espejo roto que arrastra desde casa. Porque cuando se encierra con el móvil, no siempre está huyendo del mundo, a veces está buscando algo que no encuentra cara a cara.
El proceso neurológico no espera
Durante la infancia y la adolescencia, el cerebro es moldeable, pero también implacable. Todo lo que no se estimula, se pierde. Y el mayor aprendizaje no es académico: es emocional. Es vincular. Si el apego falla, si no hay conexión con los padres, el joven puede vivir bajo el mismo techo… pero ya no está ahí.
Esta realidad subraya la urgencia de ser padres presentes no como una opción, sino como una necesidad imperativa para el desarrollo sano de nuestros hijos. No es suficiente con saber que están en casa, sino forjar una relación cercana con ellos, preocuparse por sus intereses, entablar espacios de diálogo y, por supuesto, conocer los contenidos a los que están expuestos.
Observar antes de intervenir
No se trata de controlar. Tampoco de soltar frases hechas sobre autoestima o valores. Se trata de estar. De observar sin juicio, con atención, buscando el punto exacto donde se rompió el puente. Y reconstruirlo.
Porque no todo es conducta ni biología. Hay también carencias de carácter. Hay complejos heredados. Y hay silencios que duelen más que cualquier grito. El adolescente que se aleja no siempre lo hace por rebeldía; a veces, simplemente, ya no encuentra un adulto que lo escuche sin corregirlo al instante.
Redes sociales: pantalla o refugio
Las redes no son el demonio. Pero sí son el espejo donde se reflejan muchas ausencias. El 2024 nos muestra una generación conectada y sola. ¿Los culpables? Es complejo. Padres, madres, compañeros, el sistema… Todos y ninguno. Pero el síntoma está ahí: chicos que se comparan, se desgastan, se exponen… y no tienen a quién acudir.
El análisis que hace Nueva Revista sobre esta serie no es simplemente cultural, es una advertencia: los vínculos familiares están en juego. Y el Barómetro de UNICEF 2023-2024 lo confirma con datos tan fríos como reales: adolescentes que sufren en silencio, que no encuentran apoyo ni en casa ni en la escuela, que no saben a quién pedir ayuda.
Esto va a pasar en casa
No es exageración. Es estadística. Es observación. Es experiencia. Si seguimos pensando que la adolescencia se sobrevive sola, nos equivocamos. Se acompaña, o se sufre.
La educación del carácter no es un extra. Es el centro. Enseñar a pensar con profundidad. A decidir con criterio. A actuar con propósito. Y sobre todo, a volver siempre al vínculo.
Ese cordón emocional, que empieza en el útero y debería prolongarse durante toda la vida, no debe romperse nunca. No por orgullo. No por despiste. No por dejarse estar.
Ser padres presentes no es una moda ni un eslogan. Es una urgencia.
Observar. Escuchar. Reconectar.
Porque esto, tarde o temprano… nos va a pasar en casa.
María Asunción Rey Ballesteros
Experta en Educación del Carácter y Directora de Programas Fundación Parentes