Hace unos días, en Fundación Parentes, fuimos testigos del poder de un corazón agradecido. Recibimos una visita que dejó una huella profunda en cada uno de nosotros; el vicario Tsegaye Beriso y el coordinador de educación Elías Dakamo, procedentes de Hawassa, Etiopía, llegaron a España con una humildad que conmueve, pero con la firmeza de quienes enfrentan la adversidad con un sentido profundo de misión.
Confieso que, al saber de su llegada, pensé que venían en busca de apoyo y aprendizaje. Pero conforme avanzaban los días, entendí que nosotros estábamos aprendiendo de ellos: de su dignidad, de su gratitud inagotable y de su capacidad para sobreponerse a las dificultades con una esperanza inquebrantable.
La educación como salvavidas en comunidades vulnerables
Imagino un aula humilde en Hawassa, llena de niños cuyo único material escolar es su entusiasmo por aprender. Allí, la educación no es solo un derecho; es un salvavidas. Es el único camino posible para romper cadenas de pobreza que parecen inquebrantables.
Tsegaye y Elías nos hablaron de la precariedad de sus escuelas rurales: edificios deteriorados, sin agua potable, sin recursos básicos, con profesores cuyos salarios han tenido que triplicarse por imposición gubernamental, lo cual les deja sin recursos para material escolar o saneamiento de las escuelas.
Los fondos de Cáritas Austria, que antes servían para mejorar infraestructuras o comprar material escolar, ahora solo alcanzan para cubrir esos salarios. La posibilidad de reformar un aula o de perforar un pozo queda relegada a un futuro incierto.
Hablar de agua y educación puede sonar extraño desde la comodidad de nuestras ciudades. Pero en Hawassa, esas dos necesidades básicas se abrazan como pilares esenciales de la dignidad humana.
Un encuentro que nos transformó a todos
La visita de Tsegaye y Elías desbordó cualquier formalismo institucional. Fue una experiencia profundamente humana, que nos obligó a mirar de frente realidades que a menudo preferimos ver de lejos.
Lo que más nos conmovió fue su agradecimiento constante. Cada gesto, por pequeño que fuera, lo recibían con una gratitud desbordante: desde la comida que compartíamos hasta las visitas culturales o la formación que con tanto entusiasmo absorbían.
Una de esas visitas culturales fue al Museo del Prado. Recorrimos las salas en silencio, pero al llegar ante las tablas flamencas y las escenas de arte sacro, algo en ellos se detuvo. Tsegave, contemplando un fragmento de El Bosco, susurró: “Esto es la historia entera del hombre”. No hizo falta añadir más. A veces, el arte no ilustra, sino que revela. Y aquella mirada suya, entre asombro y contemplación, nos habló más que cualquier discurso.
El último día, Elías intentó expresar su agradecimiento, pero las palabras no salían. Las lágrimas se lo impidieron. La emoción de aquel momento, tan sincera, tan humana, nos dejó sin palabras a todos. Aquel instante fue un reflejo de todo lo que su visita había significado para nosotros.
Comprendí que ellos nos estaban enseñando más de lo que cualquier curso o libro podría ofrecer. Su visita nos regaló una perspectiva nueva y valiosa, nos obligó a mirar más allá de nuestra comodidad para entender el verdadero significado de la vocación educativa.
Gratitud frente a la indiferencia del bienestar
Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre nuestra propia realidad. Vivimos en sociedades donde el bienestar se da por hecho, donde la insatisfacción y el descontento surgen de problemas banales. Mientras en Hawassa enfrentan la falta de necesidades básicas, nosotros a menudo perdemos de vista la fortuna de nuestra abundancia.
Tsegaye y Elías no conocen la resignación. Su esperanza no nace de la comodidad, sino de la intemperie. No es ingenua, sino trabajada, como la semilla que sabe que florecer es resistencia. Verlos hablar con humildad y entusiasmo sobre sus planes de formación, sobre cómo implementar lo aprendido en sus escuelas, fue una lección tan poderosa como cualquier teoría educativa.
En Occidente, rodeados de comodidades, olvidamos con demasiada facilidad que la gratitud auténtica no se compra. A menudo la confundimos con un derecho adquirido. Pero Tsegaye y Elías, desde su aparente fragilidad, nos enseñaron que la verdadera fortaleza radica en reconocer cada pequeño logro con un agradecimiento genuino.
Gracias de corazón, Tsegaye y Elías
No puedo cerrar este artículo sin un agradecimiento sincero y profundo a Tsegaye Beriso y Elías Dakamo. Gracias por cruzar medio mundo para compartir con nosotros vuestra realidad y vuestra sabiduría. Gracias por mostrarnos con vuestro ejemplo que la educación, cuando se nutre de amor y perseverancia, puede transformar vidas y comunidades.
Vuestra dignidad, vuestro agradecimiento y vuestra esperanza se quedan con nosotros en Fundación Parentes. Nos habéis obligado a recordar para qué hacemos lo que hacemos. No para cumplir con tareas, sino para sostener, con actos concretos, la dignidad de quienes aún lo tienen todo por hacer.
María Asunción Rey Ballesteros
Experta en Educación del Carácter y Directora de Programas Fundación Parentes