Educar el corazón y la mente es igual de importante, pero solo uno otorga el sentido pleno en la educación de niños y jóvenes. “Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”. Aunque esta cita se ha atribuido, de manera incierta, a Aristóteles, encierra una verdad profunda: educar no se reduce a la transmisión de conocimientos, no se dirige sólo a la inteligencia, sino que debe llegar al fondo de la persona. Podríamos decir que educar no es “enseñar”, sino ayudar a “formar” en cada uno la mejor persona que puede llegar a ser.
La comunidad educativa es consciente de esto, y desde hace tiempo se están haciendo esfuerzos para llegar a formar al alumno, no sólo en cuanto a la adquisición de conocimientos, sino también de competencias, de modo que no sólo sea importante cuánto sabe, sino también lo que es capaz de hacer. Así, ya no tendríamos sólo una educación dirigida a la cabeza, sino también a la acción.
Sin embargo, falta todavía un elemento, para completar la ecuación, puesto que la persona es “cabeza, corazón y manos”. La verdadera educación sucede cuando llega a darse una coherencia entre inteligencia, corazón y acción, orientado hacia el bien de la persona.
¿Cómo educar el corazón de nuestros niños y jóvenes?
En primer lugar, debemos ser conscientes que el corazón es el motor de la acción humana. Por muy claro que comprendamos algo con la inteligencia, si no hay un auténtico deseo, el camino hacia esa meta se hará muy arduo y difícil. En cambio, cuando se experimenta un fuerte deseo, el corazón puede llegar a nublar la mente, y llevarnos a actuar de forma irracional.
Quizá por eso, lo primero que deba educarse es el corazón, buscando un equilibrio afectivo que permita que el espíritu y la acción desplieguen toda su potencialidad. A la vez, la educación del corazón prepara el camino para la educación en virtudes, puesto que los buenos hábitos, para que sean verdaderamente virtuosos, no pueden ser una mera repetición de acciones, sino una búsqueda activa de lo que es bueno, porque se quiere ese bien.
Por ejemplo, si tratamos de formar a un niño en la virtud del orden, no bastará con que una y otra vez le pidamos ordenar su habitación, sino que llegará a adquirir la virtud del orden cuando verdaderamente quiera ser ordenado porque le resulte bueno y atractivo serlo. Entonces la acción de ordenar su habitación tendrá sentido para él.
Así pues, la educación debería comenzar por la educación de los deseos, con ayudarles a conectar con todo aquello que aporta bien, belleza y verdad a la propia vida. Llegar a sintonizar afectivamente con unos valores que se consideran buenos es clave para que esos valores se conviertan en virtudes a través de la acción.
Aprender a conocer lo que hay en el propio corazón
Educar el corazón no es buscar solo lo que me hace sentir bien, sino aprender a ver qué es lo mejor para mí de verdad, quererlo de corazón y esforzarme por conseguirlo. Es aprender a decidir bien, uniendo lo que pienso, lo que siento y lo que quiero, para vivir con sentido y ser feliz de verdad.
Es importante para eso, aprender a conocer lo que hay en el propio corazón: cuáles son mis deseos, mis miedos, mis prioridades, mis valores y, a la vez, reconocer cómo reacciono a la realidad que me rodea, que se manifiesta en las emociones o sentimientos. La educación emocional, en este sentido, es de gran ayuda para aprender a regular el propio mundo interior, enfocando las energías del corazón en aquello que nos puede hacer felices.
Un buen punto de partida para educar el corazón puede ser estimular en los niños y jóvenes los deseos grandes. El deseo se da cuando existe una distancia entre lo que uno desearía poseer y la carencia que se experimenta.
En ocasiones podemos encontrarnos con jóvenes que parecen tenerlo todo, y viven en una apatía falta de verdaderos deseos: jóvenes aburridos, que tienen todo y no desean nada. Por eso, ayudarles a desear las realidades y valores que pueden dar un sentido a su vida y luchar por ello, así como experimentar el valor del esfuerzo por conseguir aquello que quieren les ayudará a transformarse, a “formar” en ellos la mejor persona que pueden ser, les capacitará para disfrutar de una vida con más plena.
María Gimeno
Project Manager de TheLink y Proyectos con Causa